CREER EN DIOS

CREER EN DIOS

Un agnóstico es una persona que cree que la existencia de Dios no puede probarse basándose en evidencia al uso, pero que no niega la posibilidad de que Dios exista. El agnóstico no va tan lejos como el ateo, que considera que el asunto de la existencia de Dios está zanjado. Si ambos vieran un día un arbusto en llamas que hablara y dijera: “Soy el que soy”, el agnóstico empezaría a buscar a ver dónde está la grabadora escondida, mientras que el ateo se encogería de hombros y se pondría a asar castañas.

Dos irlandeses colegas de borrachera están en un pub y ven a un tipo calvo bebiendo solo al fondo de la barra.

-Oye-dice Pat-. ¿Ese de ahí no es Winnie Churchill?
-¡Bah!-responde Sean-. No creo. Winnie Churchill no estaría en un sitio como éste.
-Tío-insiste Pat-. Que no es broma. Míralo bien. Juraría que es Winnie Churchill. Me apuesto diez libras.
-¡Se acepta la apuesta!

Pat se va al final de la barra y le dice al calvo:

-Tú eres Winnie Churchill, ¿a que sí?
-Fuera de mi vista, ¡imbécil!-grita el calvo.

Pat vuelve a sentarse junto a Sean y dice:

-Me temo que ya nunca lo sabremos ¿verdad?

Ése es el razonamiento de un agnóstico.

Los ateos son otra historia. Hace ya mucho tiempo que los filósofos se pusieron de acuerdo en que no tiene ningún sentido que creyentes y ateos discutan sobre el tema. Y eso es porque lo interpretan todo de maneras muy diferentes. Para discutir, tiene que existir un terreno común, de modo que uno de los participantes pueda decir: “¡Vale! Yo te concedo x y tú debes concederme y.” Los ateos y los creyentes nunca encontrarán una “x” sobre la que puedan ponerse de acuerdo. Así, no se puede establecer la disputa porque cada uno ve las cosas desde su propio punto de vista. Esto es un poco abstracto. Pero esta historia lo describe de un modo muy terrenal; mejor dicho, vecinal.

Una ancianita cristiana sale cada día al porche de su casa y grita:

-¡Alabado sea Dios!

Y cada mañana, su vecino el ateo de la puerta de al lado, le responde gritando:

-¡Dios no existe!

La anécdota se repite por semanas enteras.

-¡Alabado sea Dios!-grita la dama.

-¡Dios no existe!-responde el vecino.

Con el paso del tiempo, la señora empieza a tener dificultades económicas y casi no le llega el dinero para comer. Cuando sale al porche, le pide a Dios que le ayude con la compra y luego dice:

-¡Alabado sea Dios!

A la mañana siguiente, en cuanto sale al porche, se encuentra con unas bolsas con la comida que le había pedido a Dios. Naturalmente, grita:

-¡Alabado sea Dios!

El ateo aparece detrás de una mata y le dice:

-¡Y un cuerno! Esta comida la he comprado yo. ¡Dios no existe!

La ancianita le mira y se sonríe. Grita:

-¡Alabado sea Dios! No sólo me has conseguido la comida, Señor, sino que además has hecho que la pagara Satán.


Extraido del libro "Platón y un ornitorrinco entran en un bar...la filosofía explicada con humor". T. Cathcart-D. Klein

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